martes, 17 de mayo de 2016

Trozos de vida


Me han preguntado por el después. Por septiembre. Por mis 23. 
He contestado que Australia. Que va a atardecer y no quiero que me pille durmiendo.  La vida ya no me perdona más deudas. Sé que tengo 23 razones por las que no irme, y que tengo 23 razones por las que hacerlo.
Necesito comprobar que la tierra no es plana, que no mienten. Que Santa María, que Pinta y que Niña. Que no aguanto más sin ver dónde han ido a parar los sueños que he depositado cada verano, tras la linea del horizonte de Bahía. Que quiero tener un amigo coreano que hable francés. Un error puntual, un acierto a destiempo. Que quiero pensar en braile, bailar en latín y cantar en domingo. Entender las letras de las canciones que me acunan cada noche desde hace ya ni me acuerdo. Que quiero Adelaida y Nueva Zelanda y Camberra. Que quiero tener miedo, para que jamás vuelva a tenerlo. Quiero subirme a un avión y veros desde arriba. Hacer una carrera con la luz, en silencio, y ganarle. Echar de menos mi tierra para luego no tener que echarla de más. 
Quiero quemarme la piel, mancharme de arena, llorar porque sí. Gritar desde aquí, y que me oigan allí. Me apetece dormir en la playa. Enterrar mis inviernos. Pulsar el play. Poner a grabar. Y ver mi película en todos los idiomas del globo, sin subtitulos. Con sus efectos especiales, y sus especiales defectos. 
Quiero una postal en vuestro buzón y una razón por la que escribir. Quiero volver a leer ese libro que nunca tuvo sentido, pero que ahora sí. Quiero retorcerme por dentro, que es la única manera de ser feliz que conozco. Quiero encontrar la belleza. Y coger un tarro y guardarla. Y enseñárosla a mi vuelta. Junto a todas los cuadros que van a pintar las ciudades en mi iris. 
Quuiero ponerme las gafas de sol y cerrar los ojos, disimulando, diciendo en alto que conozco el camino. Perderme entonces, que es la forma con la que acostumbro a encontrarme. Buscar el tesoro, la pócima, la ecuación, el interrogante, el prólogo. Conocer un grupo de la costa australiana y comprarles su disco. Escucharlo durante toda mi travesía y después... Ponérselo a mi hijo.  Que crezca bailando y riendo y llorando. Que cumpla 18. Regalárselo. Envuelto con las alas que me hicieron volar a mí y, que en su día, os hicieron volar a vosotros. 

miércoles, 30 de diciembre de 2015

PPP (Primerísimo Primer Plano)

Primerísimo Primer Día Sin Ti.

Avilés estaba distinto, no puedo negarlo. La lluvia calaba mucho más que los diciembres anteriores. El cachopo, los oricios y las andaricas no dejaban el mar en mi paladar. Ni siquiera el cantábrico se había puesto su traje de invierno. ¿A qué estaba esperando? Cada vez se aleja más del paseo marítimo y tarda el doble en volver. Está viejo. Salinas... bueno, siempre ha sido la guapa de clase. Aunque dispersa. La he notado mucho más cansada. Está harta de las pisadas de los que vamos de paso, cada invierno, a llenarnos la mochila de vida. De dolor, que va implícito. He vuelto a ver la parte bonita de este y tiene su aquel.
Deambulé por Oviedo. Gijón la dejo para ti. Tiene su parcela dentro de mí. Junto a todas las demás: Barcelona, Roma, Granada, Madrid, Bilbao, Murcia, Jaén. Podría eliminar todas ellas. Volver a ocupar esos terrenos de mi mente. Me quedaría con la habitación que construímos durante todas las estaciones que nos cogió la tierra y nos hizo suyos. Cogería esa parcela, la de nuestra habitación, y la tiraría al mar. Al Cantábrico ya que estoy por aquí y haría de mi viaje algo interesante. Y esperaría en el levante hasta que el mediterráneo me la devolviera. Total, todos hacen eso ¿no? Esperar. 
Me he tirado al mar, y voy a esperarme.




jueves, 23 de julio de 2015

LA

Él hablaba del universo. De la cuota de vida de las estrellas y de sus distancias. De los kilómetros que nos separaban de aquellos suspiros brillantes. Del hidrógeno y del sol. Del romance clandestino de este y nuestro satélite. Del núcleo del planeta, del hierro y del oro. De los miedos de la tierra y de sus tembleques. Y yo no le escuchaba. O sí, porque ahora mi cabeza me dispara datos que ni siquiera entiendo. Quizás le escuché más de lo que nunca creí. Quizás dudé de mí por encima de nuestras posibilidades. En júpiter hay lluvias de diamantes y en Venus la atmósfera es de azufre. 
Solo me tumbé sobre sus dudas. Las de venirse conmigo a LA el año próximo. Y aprender inglés viviendo, y viviéndonos. Atragantándonos de vida, mordiendóla sin prisa. Muriéndonos con calma. Que es lo que hacemos cada día, morir un poco más, viviendo. 
Me vino un olor ya lejano, pero más familiar que ninguno. 
Solo recuerdo dos olores: este y el del portal de la casa de mis abuelos paternos, en Salinas, el pueblo asturiano donde nació mi padre. Y donde nacieron mis primeros instintos, de todo tipo. 
Este olor del que os hablo, el primero, el que volvió a mí aquella noche de dudas, era como el amigo de la gran ciudad al que solo ves en verano; durante los meses estivales se convierte en tu máximo confidente y el día en el que agosto se apaga, este vínculo hiberna durante diez meses. Durante el curso escolar a ti te crecen cosas que no sabías que estaban ahí y a él le muda la voz. Y no sabéis nada el uno del otro. Pero el primer helado de la temporada bajo el cielo despejado de la bahía... ese momento es solo vuestro. 
Ese olor me recordó a aquellas noches en las que éramos héroes y me invadieron las ganas de quedarme a vivir en tí.
Pero tenía que irme. Eran Los Ángeles y la vida ya no me perdonaba más deudas.

miércoles, 27 de mayo de 2015

Cuentos chinos para niños del Japón

¿Sabes qué? Esta mañana, al salir de la ducha he mirado a los ojos del tímido cristal que coexiste conmigo, en mi habitación; adopta una imagen u otra según con quién esté. Tiene tan poca personalidad… Y me ha mostrado algo diferente a los demás días. Un pequeño moratón ha ocupado parte de mi muslo. Y ni me he inmutado. Sé que tú me entenderás, sabes de lo que hablo ¿verdad? Creo que por fin lo he superado. La gente se ríe cuando ve el terror dibujado en mi cara. Ese terror aparentemente gracioso, de comedia mala, casi ridícula. Pero sé que tú sabes de lo que hablo. Es irónico, cuando me desnudé ante ti me desprendí del frío. Me fundí con la temperatura del ambiente. A veces me lo cuento a mí misma, en cualquier actividad cotidiana. Me ayuda a recordarme que eso ya no forma parte de mi vida. Como hoy, yendo a la universidad, he vuelto a hablar conmigo. Y me lo he contado. Aquel día, hace ya siete años, me desperté con la energía característica de una niña de trece años. Faltaba una semana para las vacaciones de Navidad y la víspera murciana era todavía mejor que aquel periodo vacacional. Ver la ciudad vestida de fiesta, expectante; repasar los catálogos de juguetes como si de un examen final se tratase, pasar las tardes en la feria de San Esteban... La feria ya no se hace allí, los gigantes del dinero han puesto aquello patas arriba, con la absurda pretensión de construir un aparcamiento para coches. Desterrando a las personas y a las historias que albergaban en ese lugar para dar cobijo a máquinas de motor. Bueno, que me voy del tema, ya me conoces. Me levanté de la cama casi delirando de la emoción por el día que me esperaba. Había quedado con mis amigas sobre la una, íbamos a ir a la feria. El fin de semana anterior habíamos conocido a los hijos de los feriantes, los del tren de la bruja, y entre empujón y empujón habíamos intercambiado unas cuantas sonrisas. Algo muy raro, desconocido para mí, recorría todo mi cuerpo aquella mañana. Deseaba con todas mis fuerzas que el reloj marcara la una, y verle de nuevo, en esa sucia caseta. Aquel errante luchador, junto a su familia, pasaba dos semanas de diciembre y una de enero en San Esteban. Su padre se encargaba de vender los tickets para el tren de la bruja. Su hermano mayor, con una peluca bastante fea, se dedicaba a intimidar con una escoba a los valientes niños que viajaban por las vías de aquel tren. Y la madre, siempre con la mirada enfocada al infinito, vendía algodón de azúcar en el puesto de al lado. El día anterior había colonizado mi pierna un moratón que se agigantaba por momentos. Yo no le di importancia. Siempre fui una niña bastante hiperactiva. En el colegio decían que tenía azogue, una expresión que hasta algunos años más tarde no logré darme cuenta de lo poco común que es fuera de Murcia. Pero pude ver la preocupación de mi madre en sus ojos. A media noche me desperté y le vi, mirándome las piernas. Tampoco le di importancia. Es madre, pensé. Las madres son así de raras. Pero la mañana siguiente aprovechó ese instante en el que permanecía estática; el desayuno. Me dijo que le acompañara a La Vega, el hospital donde trabaja. A mí me encantaba visitar ese lugar y perderme entre los eternos pasillos que guardaban  las medicinas,  las vendas y demás artilugios que yo consideraba divertidos. Así que le acompañé, o eso creí yo, porque en realidad la que me acompañó fue ella. Acabé en una consulta, un médico me inspeccionaba de arriba abajo, con cara de asombro. Yo solo deseaba que se diera prisa, ya era más de la una y mis amigas estarían disfrutando en la feria sin mí. Pero entonces me fusilaron a pruebas. Y me obligaron a dormir allí. Yo no sabía que estaba pasando, solo era un morado. Entendía que el mundo de los adultos era así de desconcertante, se contentaban arruinándonos los planes a los niños, porque se morían de envidia. Y la furia se expandía dentro de mí, creo que quedaba reflejada en los morados, que no cesaban. Cada vez eran más y más grandes.

Pastora. Ella fue la que me hizo entender un poco todo. Solo un poco. En su bata ponía que era “hematóloga”. Nunca había escuchado esa palabra. Demasiada nueva información quería inundar mi cerebro, ansioso de todo menos de la claustrofóbica sensación a la que me encontraba en esa gélida sala. Me dijo que no me moviera, que guardara reposo. Y que no me pusiera nerviosa. Para mí era algo complicado, ya te he dicho que no puedo estar quieta. Insistió. “No te muevas, te saldrán más morados y no podrás irte de aquí”. Lo que yo pude interpretar, con esa información masticada y pasada por mil millones de filtros, es que algo en mi sangre no funcionaba del todo bien. No era culpa mía, son cosas que pasan. Me explicó que por la sangre viajan tres tipos de células y se centró sobre todo en las plaquetas. Ellas eran las encargadas de evitar que, si me daba un golpe, me desangrase. Argumentó que la cifra normal de plaquetas en sangre debía ser entre 250.000 y 50.000. Y que yo solo contaba con 15.000. Y podría sufrir un derrame dentro de mí. Me obligó a no moverme, pasara lo que pasara. Y un constante de susurros apenas descifrables se apoderó de mi habitación. ¿Qué hablaría mi madre con todos esos médicos? ¿Qué les decía a las visitas que yo no pudiera escuchar? Yo solo enseñaba mis moratones a los amigos que acudían a mi búsqueda. Todos me repetían que me estaba perdiendo la última semana antes de navidad, ¡era la mejor! Los bailes de los diferentes cursos, los villancicos, las carrozas… Todavía guardaba en la mesilla de al lado de mi cama el pase para el tren de la bruja. Habían pasado ya cinco días, los médicos me sonreían. Cada día me hacían un análisis de sangre, al principio me aterrorizaban, después pasaron a ser como el postre de la comida. Y llegó el viernes. ¡50.000! gritó Pastora. ¡Eres una campeona! Parece que mis plaquetas respondían al tratamiento. Yo me alegré, pero no demasiado. Temía alegrarme demasiado y que ellas descendieran. Me habían repetido tanto lo de mi nerviosismo… Por la tarde mi madre me dijo que nos íbamos, que por fin nos íbamos. Con la misma ropa de aquel sábado, pisé el suelo de la ciudad y volví a escuchar los sonidos estridentes que habitan en ella. “Qué bonita es Murcia”, pensé. Todo sigue igual. Para mí habían pasado ocho o nueve milenios y la ciudad seguía con las mismas ganas de dar vida. Desde ese día comencé a calcular cada día que volvía a despertar. Cada mínima mancha que salía en mi piel, cada dolor de cabeza… eran el principio de una terrible enfermedad que acabaría conmigo. ¿Gripe? ¿Para mí? El fin de mis días. A lo largo de la semana me moría once o doce veces. Controlaba infinidad de enfermedades y los causantes de estas. No lograba comprender como las demás personas podían vivir tranquilas estando tan cerca la muerte. Las plaquetas jamás volvieron a fallarme pero el sin vivir al que me exponía mi cabeza era cien mil veces peor. Mi madre me prohibió ver películas o series de médicos. Escondió el libro sabio, que contenía todos los síntomas y causantes de las diferentes enfermedades. Me acuerdo cuando te lo conté, creo que lancé más de la mitad de enfermedades ficticias muy lejos de mí. Espero que no te las llevaras contigo, no podría soportarlo. Pero todo eso terminó y hoy, hoy me he mirado al espejo y no le he dado importancia a ese morado. Una vez escuché que si no miras a los monstruos estos desaparecen. Pero yo los miro, les mantengo la mirada y ellos huyen. 

martes, 26 de mayo de 2015

Mayo

Llegué tarde. Como siempre. La ciudad me abrió sus puertas sin juzgar mi antes, y entendiendo que mi después era poco relevante en ese momento. Me contó alguno de sus secretos y cantó durante más de un amanecer las ganas que tenía de colorearme, saliéndose de los márgenes, la vida. Dimos eternos paseos por toda su geografía, tan gris y tan sucia. Manteniendo conversaciones que no llevaban a nada y en las que dábamos todo. Alguna que otra noche lloró más de lo que debería; empapó mis sábanas y mis toallas, y me arrebató la oportunidad de secar mis huesos. Tan calados de ti. Tan calados de mí. En un tiempo en el que ya no era yo.

A pesar del tono grisaceo,  la lluvia de sus ojos y el sonido inexistente de los niños que juegan en el parque más cercano, ella gritaba felicidad. Solo que nunca supe leer entre gritos. Y llegué tarde a comprender que existen lugares que entienden de otra manera todo esto de sobrevivir



miércoles, 8 de abril de 2015

Abril

Hace más de dos mil noches que no hago esto. Sentarme frente a ti y acariciarte. Que mis dedos te cuenten mis secretos más absurdos, y más humanos. Pensarte. Que me pienses. Escuchar música para tristes, que es lo que siempre fui aunque sepa bienllevarlo. Sonreír amargamente, llorar con agrado. Suspirar. Mirar al infinito que se posa sobre la pared de mi habitación. ¡Qué espectáculo! Cagarme en ti. En tu pretérito. En mi presente, sin tu presencia. Presenciar las últimas gotas de esta indecisa primavera, que no acaba de llegar. Y que nunca se va del todo. Y mientras tanto... Mi almohada me grita que no le caben más sueños, y ha optado por aniquilarlos, para guardar todas mis pesadillas. 





lunes, 2 de febrero de 2015

Febrero

He diseñado unas alas para ti.
Están en tus ojos.
Cuídalas, te harán invencible.
Solo tienes que parpadear un buen rato.
Venga, hazlo.
Ten paciencia, aprender a volar puede tardar un par de canciones y media.
Nos vemos arriba, ¿vale?
Ponte traje.
Yo llevaré vestido. Ya sé que no son lo mío, pero estrenar tus alas me parece una buena ocasión para romper clichés.
Mi héroe, hoy no quiero que luches con nadie.
Ya has vencido la batalla de Las mil noches.
Mi héroe, hoy quiero que seas libre.
Y en tu libertad, que mueras por mí.
Te he entregado mis alas. Están en tus ojos. No lo olvides.

https://www.youtube.com/watch?v=mYFaghHyMKc